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Es un pensamiento recurrente, que el derecho es tedioso, aburrido e incomprensible. Yo, después de casi treinta años de ejercicio de la abogacía y diez como profesor universitario me he convencido de que en realidad los que somos tediosos, aburridos y difíciles de entender somos nosotros, quienes vivimos del derecho.

 

Es cierto que la norma escrita, la ley tal y como aparece publicada, es de difícil comprensión para el más común de los mortales, que la lee y relee sin llegar a entender si le favorece o le perjudica cuando la analiza  a la hora de resolver su problema. La realidad es que el legislador (así llamamos a quien redacta las leyes que deben servir para resolver nuestros conflictos) muchas veces se muestra como un mal discípulo de Pérez Galdós o de  Benedetti a la hora de fijar determinadas normas de convivencia. Hablo de leyes que deberíamos entender todos, porque condiciona la vida del colectivo que las debe respetar y aplicar; es obvio que otras normas son de difícil comprensión dado el ámbito específico (muchas veces extremadamente técnico) que ordenan. No me refiero a ellas.

 

Las normas fundamentales de cualquier estado deberían estar elaboradas con un lenguaje claro y comprensible para cualquier ciudadano que tenga una instrucción elemental. Sin embargo, y no sé por qué, seguimos anclados en que la parte contratante de la primera parte será considerada como la parte contratante de la primera parte.

 

 

No tiene sentido. ¿Cómo es posible que las normas básicas de nuestra convivencia sean de tan difícil comprensión? No ha habido curso, seminario o clase en la que haya participado, donde el ponente criticara la norma que explica (a mi mismo me ocurre) como consecuencia del lenguaje empleado para su redacción. Pues bien, si las personas que condicionan su comportamiento a la ley no son capaces de entender su sentido, poco razonable parece que se le exija respeto y atención a lo que ordenan.

 

Quizá sea un ejercicio sano y útil valorar el nivel de comprensión que tienen los alumnos de la ESO de nuestra Constitución, y una vez valorado el experimento, sacar conclusiones. Probablemente al igual que Chico y Groucho en una noche en la Ópera, acabarían haciendo jirones el papel y dándose la mano para solucionar el conflicto. No podemos pretender actuar conforme a la regla, a la ley o a la norma si no somos capaces de entenderla. El respeto al orden requiere entender el orden, sobre todo en épocas como las actuales en las que la frontera entre el comportamiento ordenado y el delictivo es muy difusa.

 

Está bien que se nos exija leer y entender. Pero no está de más pedir a quien redacta la Ley que lo haga empleando un lenguaje sencillo. En ese caso, la excusa quedaría reducida a una ineficaz confesión. Además, todos los que nos dedicamos al derecho debemos asumir la responsabilidad de acercar la ley y su sentido a la mayoría de las personas. Es una de las mejores formas de dar una dimensión social y pública, de servicio, a nuestro trabajo y nuestros conocimientos.