Soy abogado en ejercicio desde hace más de 33 años y desde hace diez soy profesor asociado de la Universidad de las Islas Baleares.
Empecé la carrera de derecho como tantas otras personas, sin saber muy bien por qué. Me dejé influenciar por mi familia y otras personas que me decían que era una carrera con muchas salidas y oportunidades, pero no tenía una vocación clara que me llevara al estudio de las leyes.
Cansado de estudiar, una vez acabé la licenciatura decidí ejercer la abogacía y hacerlo en la única especialidad que realmente me ha llamado la atención: el derecho penal.
Sin embargo, no contaba con los apoyos necesarios para hacerlo. Los estudios de práctica jurídica no me satisfacían, nadie de mi familia se dedicaba a la abogacía y, si bien conseguí entrar en un despacho como pasante, la materia a la que se dedicaban no era de mi interés.
Una vez acabé mi pasantía, que me dejó absolutamente insatisfecho, me incorporé al despacho de un abogado, que por aquél entonces era famoso en Palma de Mallorca (ciudad donde resido). Allí me cansé de hacer fotocopias, de hacer recados, y de servirle como perrito faldero. Encima, nunca llegué a cobrar ni un solo céntimo.
Mi sentimiento de frustración era enorme y lo peor se hizo largo en el tiempo pues duró unos dos años.
Logré darme de alta en el turno de oficio. De ese modo, y gracias a mi empeño personal en dedicarme a ejercer la especialización de derecho penal, fui haciendo una pequeña cartera de clientes.
Fue una época en la que casi cada día tenía que atender a personas detenidas, lo que me permitió, no sólo situarme en el mundo profesional de la abogacía, sino y sobre todo, conocer desde un punto de vista práctico una realidad que desconocía.
Acumulé mucha experiencia en pocos años, experiencia que aún hoy me es útil y en la que profundizo día a día.
Sin embargo, no fueron años fáciles. Nunca tuve nadie a mi lado que me enseñara cómo hacer mi trabajo. Iba a una comisaría o a un juzgado y tenía mucho miedo. ¿Qué consejo debía dar al cliente? ¿Era mejor que declarara o no? ¿Debía autorizar la entrada y registro en su casa? ¿Y si era conducido a prisión: ¿Debía recurrir el auto de ingreso de inmediato o era mejor esperar un tiempo prudencial?
Todas esas dudas me asaltaron durante muchos años, sin que nadie, ningún mentor o compañero, me diera nunca un consejo con el que afrontar ese día a día.
Sin duda cometí errores, Era consciente de que no sabía enfrentarme con rigor a una nueva defensa. Estuve a punto de abandonar el ejercicio de la profesión de abogado y preparar una oposición
Un cliente entrañable al que había conocido a través del turno de oficio (era un carterista profesional que “trabajaba” en Palma (Don Eduardo) me rogó que no lo hiciera. Según él, yo era el único abogado de verdad de entre los cientos que había conocido y me dijo que si tenía paciencia, las cosas me irían bien.
Vaya lección de vida me dio Don Eduardo.
Gracias a él, dediqué muchas horas a formarme por mi cuenta. El estudio del derecho penal sustantivo y el derecho procesal penal se hizo un hábito en mi vida, lo que me permitió no sólo hacer bien mi trabajo sino además incrementar mi cartera de clientes y en posicionarme como experto en Derecho Penal.
Mi despacho poco a poco fue posicionándose en mi entorno. Me encargaron asuntos complejos y de importante repercusión mediática, lo que dio pie a que mi presencia en los juzgados y tribunales de todo el país, e incluso en el Tribunal Europeo de Derechos Humanos.
Esa circunstancia, unida a mi vocación docente, me permitió acceder a la Universidad de las Islas Baleares, donde ejerzo como profesor asociado en el área de derecho penal.
Una cosa llevó a la otra y fui llamado por el Colegio de Abogados de las Islas Baleares para impartir técnicas de negociación y dirigir las prácticas de juicios penales simulados.
Tanto una actividad como la otra suponen una tremenda satisfacción para mí. Siempre he tenido la vocación de enseñar lo que he aprendido, y poder hacerlo desde plataformas como una Universidad y el ICAIB es hoy por hoy, un verdadero orgullo.
Sin embargo, seguía estando insatisfecho. Los grados universitarios y los másteres no ofrecen a los alumnos recursos válidos para iniciar el camino profesional de abogado.
Esa realidad me ha llevado a preparar una formación única, de carácter práctico en el que el alumno tendrá un recurso que yo no tuve: una formación práctica personalizada y un acompañamiento durante sus primeros meses de ejercicio profesional
Por eso diseñé el programa TOGA. Esa es su única finalidad. Acelerar el proceso de formación del abogado, supliendo su inexperiencia con una formación práctica que le permite acelerar de manera sorprendente su incorporación efectiva y exitosa a la profesión.
Son ya decenas de abogados que se han beneficiado del programa TOGA, y por eso hoy puedo sentirme satisfecho, pues veo como, poco a poco, consigo mi propósito convirtiendo a abogados insatisfechos en auténticos profesionales de éxito.
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