Hace algunas semanas, una persona a quien admiro profundamente (sé que ese sentimiento es recíproco) y que además sigue este blog, ya me advirtió de determinados comportamientos extraños en las personas: miradas de desprecio, palabras delatoras y actitudes de correvisillos, impropias de los tiempos que corren, y que –según ella- eran consecuencia directa del confinamiento.
La verdad es que, en un momento en el que parecía que la comprensión, la solidaridad y el reconocimiento hacia determinados profesionales y empleados públicos parecía que era la nota predominante del sentir social (a pesar del confinamiento) , me extrañó ese comentario. Por eso, no sin cierto aire petulante en mi expresión, le pregunté: “te ha salido un mezquino?”
Me miró con cara de desconcierto (cosa la cual esperaba) y le expliqué que la palabra mezquino se utiliza como un sustantivo, y que sirve para denominar a una verruga dolorosa que aparece en las manos y en los pies.
“A mi no” me dijo, perdonándome mi aire presuntuoso. Y orientando la conversación de manera sensata, me contestó: “Pero a todos nosotros sí. Vas a ver como, con el paso del tiempo, y a pesar de los buenos deseos, los aires de cambio y la aparente transformación de hábitos, que según algunos va a traer esta situación, las próximas semanas comprobaremos lo ruines que seguimos siendo».
“Y es que nada va a cambiar”. Sentenció.
Los últimos días me he acordado mucho de aquella conversación.
Cualquier persona que sea usuaria de Internet habrá percibido el incremento del “tráfico” desde la aparición del coronavirus (este blog es un buen ejemplo de ello). De hecho, el uso de Twitter ha crecido un 23%, el hastag coronavirus, es el más utilizado este año 2020 y desde la declaración del estado de alarma se ha constatado un aumento del 80% del tráfico por Internet. El uso de whasthapp experimentó un 500% durante el primer día del vigencia del estado de alarma.
Internet se ha convertido en nuestra “plaza” particular, donde nos encontramos y donde compartimos; donde demostramos sentimientos y rechazo, donde nos alegramos y estudiamos. En definitiva: estos días de confinamiento se ha convertido en una especie de ágora, de la que nos va a ser difícil salir.
Es en las redes sociales donde, mayoritariamente, nos expresamos estos días. Por tanto, el terreno en el que desarrollamos la libertad de expresión.
La libertad de expresarnos, es uno de los fundamentos esenciales de las sociedades democráticas, donde podemos ejercer el pluralismo, la tolerancia y el espíritu de apertura, sin los cuales no podemos entender los estados modernos. El ejercicio de ese derecho es legítimo ya sea para las expresiones favorables, inofensivas o inocuas, como para aquéllas que chocan u ofenden al Estado a una fracción de la población, o a una sola persona (aquí veremos que con límites).
Sin embargo, no hay día que, tras navegar por las redes sociales que frecuento, salga espantado por la virulencia de las expresiones que leo e imágenes que veo, ya sea un asunto de interés general, o por la reacción de un sujeto concreto ante un hecho puntual.
Si el comentario se refiere al debate político, tenemos que ser conscientes de que la libertad de expresión tiene el máximo nivel de protección, sin que apenas se pueda interferir su ejercicio. Esto es así porque la libertad de la discusión política pertenece a la esencia de la sociedad democrática, por lo que el espacio permisible para la crítica (mientras no haya mala fe) es tremendamente amplio. El político ( y en especial quien tiene la misión de gobernar) está expuesto a un control minucioso de sus movimientos y decisiones. No quiero decir que no tenga derecho a que su reputación sea protegida, pero las exigencias del nivel de protección deben adecuarse a la libre discusión de las cuestiones que le afecten.
En este caso, las excepciones a la libertad de expresión son mínimas. Sólo serán reprochables las expresiones vejatorias que sean innecesarias para fundamentar una posición, o no tengan interés público. Hablamos de frases ultrajantes y ofensivas que nada tienen que ver con las opiniones que se expresen.
Tengamos claro que no existe un derecho al insulto.
La libertad de expresión no es un derecho ilimitado.
Es necesario sancionar, (y nuestras leyes lo hacen) el ataque al honor personal, a la fama, a la reputación y a la dignidad, que es el insulto. Me refiero a expresiones que buscan el descrédito de la persona, de forma gratuita e innecesaria, o que, incluso incitan al odio, la intolerancia o la violencia. Para que estas expresiones sean delictivas es necesario atender al contenido y la finalidad de la expresión, al contexto y a las circunstancias de quien los emite y su destinatario.
Hemos leído estos días diversos mensajes contra profesionales expuestos al coronavirus. Trabajadores de la sanidad, de supermercados, se han encontrado con mensajes insidiosos y repugnantes al regresar a sus domicilios al finalizar su jornada laboral o al ir a empezarla.
Pero también hemos visto (yo lo he visto) a personas insultar a otras desde los balcones (hoy los viandantes parecen moverse en una prisión en la que los carceleros nos controlan desde ventanas y terrazas), incluso se han publicado noticias narrando episodios de insultos a personas con discapacidad o con especiales dificultades para soportar la situación de confinamiento.
No he dejado de pensar en el por qué de estos comportamientos. ¿Acaso no puede suceder que hemos visto tantas noticias (son constantes en cada informativo) de personas que se saltan el aislamiento, que tendemos a pensar que toda persona que circula por la calle es culpable? O por el contrario (o a mayor abundamiento) castigamos más y de manera pública, para mejorar nuestra reputación, ignorada en este tiempo de confinamiento (este fenómeno está muy estudiado como justificación de expresiones injuriosas en redes sociales, incluso de comportamientos constitutivos delitos de odio). A veces creo que, los que desarrollan estos comportamientos, a todas luces deleznables creen que son moralmente superiores e incluso consiguen que su autoestima crezca
El insulto y el desprecio no puede, ni debe, quedar impune.
Nuestro derecho contempla el delito de calumnias y el delito de injurias como delitos contra el honor de las personas. Calumniar es imputar a una persona la comisión de un delito sin que haya tenido lugar. Injuriar es proferir una expresión que lesiona la dignidad de la víctima. Los delitos de calumnias e injurias son delitos privados. Esto significa que sólo puede ser denunciado por la persona a quien se dirige ese insulto o esa calumnia. Si conocemos una persona que padece ese tipo de humillaciones debemos ser proactivos, exhortándole a que presente denuncia, e implicándonos en la medida posible en los hechos si los hemos visto, facilitando nuestros datos para poder testificar durante el proceso.
Algunas conductas podrían ser constitutivas de «delito de odio» (aunque reconozco que tengo mis dudas de que pueda ser calificado así la mayoría de los hechos que hemos conocido estos días). En cualquier caso no son admisibles ninguno de los actos vejatorios, humillaciones, de acoso, ataques a casas y vehículos de los que hemos tenido noticias. Pronto veremos (si no han aparecido ya) campañas de hostilidad en redes sociales, o incluso mensajes cargados de odio hacia nuestros mayores (gerontofobia)
El miedo a no contagiarnos nos puede llevar a la barbarie, a la más absoluta mezquindad. Debemos evitarlo y combatirlo.
¡Cuánta razón tenía aquella persona y que mal uso hice de la palabra “mezquino”! Debería haber utilizado el adjetivo que describe a aquél que comete acciones que pueden perjudicar a los demás, o se comporta de manera despreciable y ruin.
Perdí una maravillosa ocasión para callarme. Pediré disculpas en cuanto nos veamos después del confinamiento tomando un vino.
Estas líneas están dedicadas a todas aquellas personas que están dedicando sus esfuerzos todos los días a los demás: profesionales de la sanidad, trabajadores de farmacias, profesores, trabajadores sociales, educadores sociales, empresarios y trabajadores de tiendas de alimentación, trabajadores necesarios, voluntarios y todas/os aquellas/os que, estando expuestos al contagio asumen el riesgo para cumplir con su compromiso de servicio a los demás. Gracias.
2 comentarios
Muchas gracias por su artículo, Sr. Portalo.
Si me lo permite, me gustaría sumarme a su agradecimiento.
Bravo por todos/as ellos/as.
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Gracias Bernat.